En los últimos años, la obesidad ha sido reconocida no solo como un factor de riesgo para enfermedades metabólicas y cardiovasculares, sino también como un desencadenante de procesos inflamatorios crónicos.
El artículo en el que han participado Marta Novella Navarro, María Eugenia Miranda-Carús, Irene Monjo, Eugenio De Miguel, Alejandro Balsa y Chamaida Plasencia-Rodríguez, del Servicio de Reumatología del Hospital Universitario La Paz de Madrid; Ana Van Den Rym y Rebeca Pérez-De Diego, del Grupo de Investigación en Inmuno-Reumatología del Hospital Universitario de Madrid; Chary López-Pedrera, Clementina López Medina y Alejandro Escudero-Contreras, del Servicio de Reumatología del Hospital Reina Sofía de Córdoba; Ana Martínez-Feito y Pilar Nozal, del Departamento de Inmunología del Hospital Universitario La Paz de Madrid; y Keren Reche, del Grupo de Fisiopatología Linfocitaria en Inmunodeficiencias del Instituto de Investigación Sanitaria La Paz de Madrid, retoma investigaciones recientes donde se sostiene que "el tejido adiposo funciona como un órgano endocrino, desempeñando un papel importante no solo en la regulación del metabolismo, sino también en los procesos inmunológicos e inflamatorios".
Esta conexión ha cobrado especial relevancia en el estudio de enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide (AR).
La acumulación de grasa en personas con obesidad provoca cambios en el tejido adiposo, favoreciendo la infiltración de células inmunes como macrófagos y linfocitos, lo que perpetúa un estado proinflamatorio. Según los autores, "la acumulación progresiva y excesiva de grasa que se produce en la obesidad conduce a cambios sustanciales en la cantidad y el fenotipo de las células inmunes residentes en el tejido adiposo".
Este tejido libera citocinas inflamatorias como el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) e interleucinas (IL-1 e IL-6), que están directamente implicadas en la patogénesis de la AR. "El tejido adiposo puede secretar y liberar citocinas como TNFα e IL-6, que son comunes en enfermedades inflamatorias como la artritis reumatoide", menciona el artículo. Además, se ha identificado el papel clave de las adipocinas, hormonas derivadas del tejido adiposo, en la modulación de la inflamación articular.
Entre las adipocinas más estudiadas se encuentra la leptina, la cual se considera una adipocina proinflamatoria que estimula la producción de otras citocinas como TNFα, IL-6 y especies reactivas de oxígeno. Por otro lado, la adiponectina, tradicionalmente considerada antiinflamatoria, parece tener un papel contradictorio en esta enfermedad, ya que "parece tener un efecto proinflamatorio a nivel articular al estimular la secreción de mediadores como IL-6, TNFα, IL-8 y prostaglandina E2”. mencionan los expertos.
Uno de los principales desafíos en el tratamiento de la AR en pacientes con obesidad es la menor respuesta a ciertos fármacos. Estudios previos han mostrado que un índice de masa corporal (IMC) elevado se asocia con una reducción en la efectividad de los tratamientos biológicos como los inhibidores del TNF (TNFi), independientemente de la vía de administración. La explicación radica en "las tasas más altas de dolor crónico y uso de opioides, hallazgos de exploración física menos fiables y marcadores inflamatorios elevados debido al impacto negativo de la obesidad que desencadena la inflamación sistémica".
Sin embargo, el reciente estudio español reveló que los inhibidores de la enzima Janus quinasa (JAKi) mantienen su eficacia independientemente del IMC. "Nuestros resultados muestran que el IMC no influye en la capacidad de lograr una baja actividad de la enfermedad en los primeros 6 meses en pacientes con AR tratados con JAKis", mencionan los expertos.
Según los investigadores, este tipo de fármacos podrían modular la vía de señalización JAK/STAT, clave en la regulación de la inflamación inducida por la obesidad. "Cabe destacar que el receptor de leptina comparte similitudes estructurales con la proteína de señalización, que ejerce su función biológica a través de la activación de JAK/STAT", refiere el estudio.
En este sentido, los pacientes tratados con JAKi no mostraron diferencias significativas en la actividad de la enfermedad según su IMC, lo que sugiere que "estas pequeñas moléculas son una opción de tratamiento oral efectiva independientemente del IMC basal", destacan los autores.
Si bien los resultados son prometedores, el artículo subraya que aún quedan interrogantes por resolver. Entre las limitaciones del estudio se encuentra el tamaño reducido de la muestra y la falta de análisis de otras citocinas implicadas en la relación entre obesidad y AR. Por tanto, los autores recomiendan que se necesitarían más investigaciones a futuro para comprender a fondo los mecanismos fisiopatológicos y evaluar el impacto a largo plazo de los JAKi en este grupo de pacientes.
Lo que es claro es que la obesidad no solo representa un factor de riesgo para la AR, sino también un determinante clave en la efectividad de los tratamientos.