El dolor crónico sigue siendo una tarea desafiante en la práctica clínica. Alrededor del 30% de los adultos en todo el mundo lo padecen, lo que resulta en una mala calidad de vida, un mayor riesgo de desarrollar discapacidades y un impacto social. El enfoque terapéutico todavía está dirigido a determinar qué fármacos o combinaciones de fármacos ofrecen la mayor eficacia con los menores efectos adversos para mejorar el cumplimiento del paciente, a pesar de que los tratamientos disponibles a menudo producen un alivio insuficiente del dolor.
La dificultad en el manejo farmacológico del dolor crónico deriva de la complejidad del neuroeje del dolor. Además, varios eventos celulares y moleculares, como una actividad transcripcional considerable, también contribuyen al dolor persistente, por lo tanto, la transmisión del dolor debe verse como un proceso dinámico multifactorial.
En ausencia de terapias modificadoras de la enfermedad y un tratamiento sintomático adecuado, las medidas preventivas son cruciales. En los últimos años, el proceso conocido como la transición del dolor agudo al crónico ha ganado cada vez más atención. Se ha propuesto que algunas formas de dolor crónico podrían considerarse como una progresión del dolor agudo, lo que lleva a un cambio del dolor fisiológico al patológico. Esta conceptualización, aunque no es ampliamente aceptada, sugiere que un tipo mecanicista de dolor puede evolucionar a otro tipo de dolor. Por ejemplo, el dolor agudo causado por lesión e inflamación tisular puede convertirse en dolor neuropático.
En el ámbito clínico, la identificación oportuna de individuos propensos a desarrollar dolor crónico es esencial para minimizar el riesgo de transición a dolor crónico intratable. Si bien las lesiones, los eventos de estrés agudo, la cirugía, las enfermedades metabólicas, la quimioterapia y las infecciones son factores desencadenantes bien establecidos, el momento preciso de la transición sigue siendo una pregunta abierta.
Otra preocupación importante se relaciona con el manejo de las condiciones de dolor agudo. De hecho, el tratamiento depende en gran medida de un puñado de clases de fármacos analgésicos, como los opioides, que pueden perder eficacia con el tiempo y también pueden conducir a la adicción. Recientemente, la literatura ha puesto un enfoque significativo en la interacción entre la vitamina D (VD) y el dolor.
La VD, conocida como una hormona y esteroide neuroactivo, puede ejercer efectos analgésicos al modular la excitabilidad neuronal. Además, la suplementación adecuada con vitamina D, especialmente en pacientes con deficiencia de vitamina D, puede mejorar el alivio del dolor en diversas afecciones de dolor crónico.
Teniendo en cuenta estos aspectos previos, una reciente revisión sistemática examinó el impacto del estado de vitamina D y su suplementación en la transición del dolor agudo al crónico en humanos. Para ello, incluyeron 14 estudios luego de una exhaustiva búsqueda bibliográfica en bases científicas.
El análisis de la evidencia demostró de manera convincente el potencial de la VD para ejercer una influencia en la manifestación del dolor, desempeñando así un papel en la etiología y el mantenimiento de los estados de dolor crónico y las comorbilidades asociadas. También se cree que la VD tiene un beneficio clínico en el tratamiento del dolor crónico sin los efectos secundarios de los analgésicos actualmente disponibles, aunque los investigadores aclaran que “su eficacia en condiciones específicas de dolor necesita más investigación”.
Un estudio incluido en la revisión descubrió que casi la mitad de los pacientes sometidos a artroplastia de rodilla presentaban niveles bajos de VD preoperatorio, lo cual se asoció con una mayor intensidad del dolor. “Los niveles bajos de VD no influyeron en el consumo de morfina ni en la calidad de la recuperación posoperatoria, en comparación con los pacientes con niveles suficientes de VD. Sin embargo, los pacientes con deficiencia de VD pueden ser más propensos a experimentar dolor agudo y crónico persistente más intenso después de la cirugía, lo que sugiere un posible papel de esta hormona como marcador predictivo de la intensidad del dolor”, mencionan.
En pacientes con craneotomía, la exposición a VD durante un tiempo más largo antes del momento operatorio tuvieron una puntuación de dolor insignificantemente menor después de la craneotomía. Además, otras investigaciones informaron que la suplementación con VD mejoró la reducción de los marcadores de inflamación sistémica y, cuando se combina con cirugía y rehabilitación posquirúrgica temprana, puede disminuir la intensidad del dolor.
Por otra parte, en otras poblaciones la deficiencia de VD no afectó el proceso de cronificación del dolor, sino que representa un factor de riesgo potencial tanto para el desarrollo de dolor crónico como de dolor intenso. De hecho, no se mostraron efectos beneficiosos significativos de la suplementación con VD en dosis altas para la prevención del desarrollo del dolor.
“Estos hallazgos sugieren que, si bien los estudios observacionales y a pequeña escala pueden indicar un papel potencial de la VD en la modulación del dolor, lo que respalda la opinión de que el papel de los altos niveles de vitamina D previene las enfermedades crónicas, el impacto clínico de la suplementación, en particular en dosis moderadas, sigue siendo incierto en la población general que envejece”, explican los autores. “Esto enfatiza aún más la necesidad de adaptar las intervenciones según las características específicas del paciente, los niveles basales de VD y la etiología del dolor”.
De igual manera, aclaran que mantener niveles adecuados de VD aún puede ofrecer beneficios en el manejo del dolor o la reducción de su intensidad en diversos contextos clínicos, que son en sí mismos factores de riesgo para la transición del dolor agudo al crónico. Esto cobra especial relevancia en entornos quirúrgicos, donde una deficiencia preexistente de VD se asocia con un mayor riesgo de dolor postoperatorio persistente.
En resumen, el nuevo estudio indicó que la deficiencia de VD se relaciona con una mayor intensidad del dolor postoperatorio y una mayor propensión a desarrollar cronicidad en afecciones como dolor lumbar, artrosis y neuropatía por quimioterapia. Sin embargo, su participación directa en la transición del dolor agudo al crónico sigue siendo controvertida.
A pesar de las discrepancias, destacan como “esencial evaluar el estado de la VD en pacientes en riesgo y considerar su integración como parte de una estrategia terapéutica multimodal, especialmente en entornos quirúrgicos”. Los autores finalizan sugiriendo la realización de más ensayos clínicos aleatorios para evaluar la DV y su influencia en la transición del dolor agudo al crónico.