El consumo de alimentos ultraprocesados está fuertemente asociado con un mayor riesgo de enfermedades y muerte prematura. Sin embargo, la mayoría de los programas dietéticos están diseñados para ayudar a las personas a perder peso y suelen centrarse en los carbohidratos, calorías o, por ejemplo, en la implantación de la dieta mediterránea.
En este marco, unos investigadores de Estados Unidos se han enfocado en los ultraprocesados y han diseñado una intervención con gran variedad de tácticas para abordar los aspectos especialmente problemáticos de estos alimentos, incluido el hecho de que están diseñados para ser adictivos.
Además de brindar educación sobre los ultraprocesados, el programa ha integrado estrategias basadas en la atención plena y la aceptación para ayudar a los participantes a lidiar con los antojos. Asimismo, se han incluido las siguientes estrategias: planificación de comidas individualizada; un enfoque en mejorar el entorno alimentario del hogar involucrando a un miembro del hogar en la intervención; y apoyo financiero para ayudar a los participantes a comprar alimentos saludables, como frutas y verduras frescas, que pueden ser más caras.
Para este proyecto, los investigadores probaron una intervención de dos meses con 14 adultos con sobrepeso u obesidad, que consumían regularmente ultraprocesados (dos productos por día). En promedio, los participantes lograron reducir su ingesta de ultraprocesados casi a la mitad.
“Reducir la ingesta de ultraprocesados puede ser extremadamente difícil, porque la industria alimentaria quiere que nos volvamos adictos” a estos alimentos, advertía la autora principal del trabajo, Charlotte Hagerman. “La industria diseña los ultraprocesados para que sean ultradeliciosos, convenientes, baratos y estén presentes constantemente”, añadía la investigadora norteamericana.
Hagerman señala que, aunque la muestra fue pequeña, los resultados de esta intervención han resultado ser muy prometedores. Al final del programa, los participantes habían reducido su ingesta de ultraprocesados casi a la mitad, tanto cuando se midió las calorías provenientes de estos alimentos como cuando se contó el número total de ultraprocesados consumidos.
Los participantes también redujeron su ingesta de calorías, en promedio en más de 600 calorías por día. Además, el consumo de azúcar se redujo en un 50 %; el consumo de grasas saturadas se redujo en un 37 %; y el consumo de sodio se redujo en un 28 %. Los participantes también informaron haber perdido un promedio de 3,4 kilos.
“Curiosamente, los participantes no experimentaron aumentos significativos en su consumo de frutas y verduras, lo que sugiere que, si queremos mejorar la ingesta dietética de manera más integral, es posible que debamos alentar más a las personas a comer estos alimentos”, subrayaba Hagerman.
El equipo de esta investigación destacó además que los participantes tenían comentarios muy positivos sobre la intervención y estaban entusiasmados con los beneficios que notaron. Además, durante las entrevistas, muchos informaron que experimentaron mejoras en su estado de ánimo y energía.
Durante la intervención, de dos meses de duración, los 14 participantes trabajaron con entrenadores con experiencia en cambio de comportamiento de salud en sesiones grupales semanales que incluyeron reuniones individuales, debates y actividades. Por otra parte, los participantes recibieron educación sobre cómo identificar los ultraprocesados y sus efectos nocivos, así como aprendieron estrategias basadas en la aceptación para enfrentar los antojos y la abstinencia de la reducción de estos alimentos, al igual que aprendieron la importancia del entorno alimentario en el hogar para reducir su ingesta.
Para evaluar su ingesta alimentaria, los participantes completaron la herramienta de evaluación alimentaria automatizada y autoadministrada de 24 horas (ASA-24) para informar de todo lo que habían comido durante las últimas 24 horas. Antes y después de la intervención, los participantes comunicaron todo lo que comieron durante dos días de la semana y un día del fin de semana (ya que el comportamiento alimentario tiende a ser diferente durante el fin de semana). La herramienta de evaluación informó automáticamente de las porciones de grupos de alimentos específicos (por ejemplo, frutas), la ingesta de macronutrientes y la ingesta de calorías, para ayudar al equipo y a los participantes a identificar patrones de consumo.
Un miembro del equipo de investigación categorizó cada entrada como ultraprocesado o no y consultó con un experto para obtener una segunda opinión en los casos ambiguos. Los investigadores no sabían si cada entrada era anterior o posterior a la intervención, para evitar así sesgar su codificación.
Los datos permitieron al equipo determinar si los participantes habían tenido cambios significativos en su ingesta de ultraprocesados, sodio, azúcar agregada, grasas saturadas, peso e ingesta de frutas y verduras.
“Los resultados sugieren que las personas pueden reducir su consumo de alimentos ultraprocesados si se les proporcionan las herramientas adecuadas, además de que se mostrarán entusiasmadas con las intervenciones diseñadas para este propósito”, afirmaba Hagerman. “Los resultados también sugieren que reducir el consumo de ultraprocesados conducirá a mejoras significativas en la salud, como pérdida de peso y mejor estado de ánimo, en tan solo ocho semanas”, remataba la científica.
El equipo de investigación planea seguir probando la intervención, en una muestra más grande, probando la eficacia de los componentes específicos de la intervención, y evaluándola en diferentes poblaciones.