Una nueva investigación elaborada en Massachusetts, EEUU, descubrió una dieta generalizada de baja calidad entre las personas embarazadas y en período de posparto, lo que refleja “una necesidad urgente de una mejora generalizada”.
El estudio evaluó la calidad de la dieta en las mismas personas desde el comienzo del embarazo hasta un año después del parto. Pocas investigaciones han analizado la calidad de la dieta durante el embarazo y el posparto en las mismas participantes.
Los investigadores utilizaron el Índice de alimentación saludable (HEI, por sus siglas en inglés) del Departamento de Agricultura de EEUU, que se basa en las directrices alimentarias federales, para desarrollar una puntuación de calidad de la dieta para las participantes en el Estudio de atributos alimentarios durante el embarazo. Dado que la calidad de la dieta durante el embarazo y el posparto afecta los resultados de salud a corto y largo plazo para los padres y el niño, el equipo de nutricionistas perinatales y epidemiólogos se propuso identificar los factores de riesgo de una dieta de baja calidad para desarrollar intervenciones eficaces.
La puntuación media general del HEI para las dietas de los participantes del estudio se clasificó en una escala de 0 a 100 en 61,6. En una escala AF tradicional, la calificación sería apenas aprobatoria, una D, aunque esa puntuación es un 10% más alta que la puntuación media del HEI de la población adulta general de los EE. UU. La puntuación del HEI se basa en el consumo adecuado de nueve alimentos (total de fruta, fruta entera, total de verduras, verduras y legumbres, cereales integrales, productos lácteos, proteína total, mariscos, proteínas vegetales, así como ácidos grasos) y el consumo de cuatro alimentos con moderación (cereales refinados, sodio, azúcares añadidos y grasas saturadas).
Entre todas las participantes, las puntuaciones del índice HEI se mantuvieron estables desde el inicio del embarazo hasta un año después del parto, pero los investigadores observaron diferencias en las puntuaciones según las características sociodemográficas, el estado de peso, la duración de la lactancia y el tabaquismo.
“Se podría pensar que las mujeres embarazadas están altamente motivadas a comer mejor durante el embarazo, precisamente porque están embarazadas. Y eso es cierto en ciertas poblaciones. Vimos que las mujeres con ingresos más altos tenían una dieta de mayor calidad, y las mujeres con ingresos más bajos tenían una dieta de menor calidad”, explicaron los expertos.
Los autores del estudio señalaron que “las mujeres con ingresos más bajos pueden tener varios empleos y no tener acceso a alimentos de mayor calidad, no pueden costearlos o necesitan más apoyo general de la familia, los amigos y los proveedores de atención médica. “Solo eres capaz de cambiar tu dieta si tus ingresos y tu entorno lo apoyan. Y eso, creo, es algo que mucha gente olvida”.
Los participantes que no estaban casados y los que participaban en más de un programa de asistencia federal registraron las puntuaciones medias más bajas del HEI. Además, un índice de masa corporal más alto se asoció con una dieta de menor calidad. Las puntuaciones medias más altas del HEI se observaron en los participantes con educación superior y entre los que informaron no haber fumado nunca.
“Lo que las mujeres comen durante el embarazo es en su mayoría lo mismo que comen en el período posparto, con la excepción de unos pocos alimentos. A veces vuelven a consumir cafeína y alcohol y vuelven a comer carbohidratos más refinados después de dar a luz”, señalan.
Las dietas de las participantes se evaluaron en seis momentos: en cada trimestre del embarazo y dos meses, seis meses y un año después del parto. En general, obtuvieron una puntuación alta (A+ (100)) en el consumo de suficientes frutas enteras, proteínas totales y verduras y legumbres. Obtuvieron la puntuación más baja (una calificación reprobatoria) en el consumo adecuado de cereales integrales y ácidos grasos, y una puntuación más baja en el consumo de productos lácteos. En cuanto a la moderación, obtuvieron una puntuación más baja en la ingesta de sodio y grasas saturadas que en la de azúcares añadidos y cereales refinados, aunque no hubo puntuaciones altas.
Asimismo, los expertos expresaron que “la atención sanitaria debe cambiar para ser más integral. Y, en este momento, ese no es nuestro modelo. Los responsables de las políticas y los proveedores de atención prenatal deben comprender que incluso las mujeres embarazadas necesitan apoyo y orientación para poder cambiar sus hábitos alimentarios para mejorar”.
En un estudio relacionado, el equipo realizó un análisis genómico del microbioma gastrointestinal de los participantes durante el segundo trimestre del embarazo después de recolectar hisopos fecales.
“Queríamos estudiar la relación entre la dieta y lo que hay en el microbioma, y también cómo el microbioma podría interactuar con lo que sucede en el útero y que termina por dejar huella en el feto”, afirmaron.
Los investigadores encontraron una asociación entre una dieta con mayor contenido de grasas saturadas y azúcares añadidos y la composición y función del microbioma durante el embarazo, pero aún no saben qué significa eso. Seguirán examinando el microbioma tanto de los padres como del niño en investigaciones actuales y futuras.
“Aunque los resultados ofrecen un panorama inicial de los factores microbianos asociados a componentes dietéticos específicos, como el azúcar, la grasa y los productos lácteos, la historia es complicada y está evolucionando, y esperamos que estos hallazgos sirvan de base para futuras investigaciones basadas en hipótesis”, concluyeron.