Los dolores de crecimiento se encuentran entre las causas más comunes de dolor recurrente en las extremidades en niños, con una prevalencia reportada del 37%". El inicio ocurre típicamente entre los 4 y los 14 años. A pesar de la extensa investigación, la etiología sigue sin estar clara, con múltiples teorías propuestas.
La teoría del crecimiento propone que el crecimiento óseo desencadena impulsos musculoesqueléticos, que se vuelven más notorios por la noche debido a la reducción de estímulos externos. Además, el pico nocturno en la secreción de la hormona del crecimiento puede contribuir a la percepción del dolor. La teoría de la fatiga atribuye los dolores de crecimiento al uso excesivo de los músculos y a la acumulación de subproductos metabólicos, particularmente en niños activos. Otras hipótesis incluyen la deficiencia de vitamina D, la hipermovilidad articular y un umbral de dolor más bajo, pero no se ha establecido definitivamente una causa única.
Durante el crecimiento, los niños y adolescentes experimentan estrés fisiológico, que afecta directamente a su sistema musculoesquelético en desarrollo. La actividad física regular durante este período ayuda a mejorar la masa ósea, la fuerza muscular y el desarrollo esquelético general. Sin embargo, cuando la actividad física se vuelve particularmente intensa, puede aumentar la carga sobre los músculos, tendones, huesos y articulaciones que aún están madurando. Esto, combinado con el estrés fisiológico natural del crecimiento, puede contribuir a los dolores de crecimiento.
Por otro lado, una nutrición adecuada es crucial durante las etapas de crecimiento. Una dieta equilibrada favorece un crecimiento óptimo, la reparación de tejidos y la prevención de afecciones relacionadas con deficiencias como el escorbuto, el raquitismo y la desnutrición, mientras que la desnutrición y la obesidad se asocian con un mayor riesgo de complicaciones metabólicas y de salud a largo plazo.
En los atletas jóvenes, el soporte nutricional se vuelve aún más relevante, ya que debe sostener tanto las demandas del entrenamiento como el desarrollo fisiológico. Una dieta equilibrada debe incluir carbohidratos para obtener energía, proteínas para la reparación muscular y grasas saludables para la resistencia, priorizando fuentes ricas en nutrientes como cereales integrales, legumbres, pescado, lácteos y alimentos ricos en omega-3.
En este sentido, la dieta mediterránea ha ganado atención en la nutrición deportiva debido a sus propiedades antiinflamatorias, beneficios cardiovasculares y perfil equilibrado de macronutrientes, lo que potencialmente ayuda a la recuperación muscular y la adaptación al ejercicio. Este patrón dietético aporta diversos nutrientes que intervienen en el desarrollo óseo y musculoesquelético durante el crecimiento, como calcio, vitamina D, proteínas de alta calidad y fósforo.
Más allá de sus efectos individuales, existe un creciente interés en la interacción entre la actividad física y los comportamientos alimentarios, y su influencia combinada en los resultados de salud como la composición corporal y la integridad musculoesquelética. La adolescencia, marcada por un desajuste entre la madurez física y psicológica, es un período especialmente vulnerable a las malas elecciones de estilo de vida.
En este contexto y considerando la limitada evidencia sobre estos temas, particularmente en poblaciones físicamente activas, el objetivo de un nuevo estudio exploratorio, cuyos autores son Carlos Elvira Aranda, José Antonio Pérez-Turpin y Concepción Suárez-Llorca de la Universidad de Alicante, junto a Maite Pérez y Roser De-Castellar, fue evaluar la prevalencia de dolores de crecimiento en deportistas infantiles y adolescentes y, paralelamente, describir su adherencia a la dieta mediterránea.
Para ello, se incluyeron 916 atletas de 8 a 17 años de academias deportivas en Alicante, España y sus datos se recopilaron a través de una encuesta en línea que evaluaba la demografía, los tipos de dolor y la adherencia a la dieta mediterránea.
Los resultados indican una prevalencia notablemente alta de dolor musculoesquelético idiopático en niños y adolescentes que practican deporte regularmente, superando el 70 % en niños y el 90 % en adolescentes. “Estos valores superan los reportados en la población pediátrica general (11-15 %), lo que probablemente refleja las mayores exigencias físicas de los deportes de competición, incluso en el ámbito amateur”, explican los investigadores.
La proporción de participantes que reportaron dolor musculoesquelético fue significativamente mayor en adolescentes, lo que coincide con un mayor número de horas semanales de entrenamiento observadas. Esta diferencia sugiere que “mayores cargas de entrenamiento y exigencias físicas durante la adolescencia pueden contribuir al desarrollo del dolor”.
La diferencia de género observada en la prevalencia del dolor nocturno fue más pronunciada en niñas, ya que las mujeres reportaron síntomas casi el doble que los hombres. Dado que el inicio de la pubertad ocurre antes en las mujeres que en los hombres (10,5-11 frente a 12-13 años), “esta disparidad podría atribuirse en parte a factores hormonales”.
De acuerdo con los expertos, “los aumentos iniciales de estrógeno en las mujeres podrían contribuir a una mayor sensibilidad al dolor al modular las vías nociceptivas, mientras que los niños experimentan un aumento posterior de testosterona, lo cual se ha asociado con efectos analgésicos”. “Durante la adolescencia, a medida que progresa la maduración musculoesquelética y las influencias hormonales se equilibran, estas diferencias en la percepción del dolor pueden disminuir”, agregan.
Otra observación relevante es la alta proporción de participantes con un diagnóstico clínico bien establecido de dolores de crecimiento, el cual afecta al 30% de los niños y al 50% de los adolescentes. Esto contrasta con los hallazgos por autorreporte que informaron una prevalencia de hasta el 90% en adolescentes. “Como los participantes en este estudio fueron encuestados en un entorno deportivo en lugar de un entorno clínico, la muestra puede incluir niños y adolescentes que normalmente no buscan atención médica para quejas musculoesqueléticas”, justifican.
A pesar de la frecuencia del dolor reportado, la mayoría de los participantes no tomaron ninguna medida para aliviar sus síntomas. Según el nuevo estudio, la combinación de una alta prevalencia del dolor y una baja dependencia de los analgésicos sugiere que “muchas familias y atletas jóvenes perciben el dolor como una consecuencia normal de la actividad física, recurriendo a estrategias de manejo pasivo”.
Curiosamente, los participantes con dolor musculoesquelético mostraron una mayor adherencia a la dieta mediterránea. Simultáneamente, los hábitos alimentarios poco saludables, como el consumo de comida rápida, saltarse el desayuno y la ingesta frecuente de bollería industrial o dulces, también fueron particularmente prevalentes entre los participantes que reportaron dolor. “Estos desequilibrios nutricionales pueden perjudicar la recuperación, promover la inflamación e intensificar la percepción del dolor, especialmente en adolescentes con altas cargas de entrenamiento”, indican los investigadores.
Aunque no se puede establecer una causalidad, estos hallazgos sugieren “una posible relación entre la calidad de la dieta y el dolor, lo que subraya la complejidad de los patrones dietéticos en atletas jóvenes y resalta la necesidad de estudios específicos que exploren si optimizar la ingesta nutricional mejora la adaptación al estrés del entrenamiento y reduce las molestias musculoesqueléticas”.
“En este contexto, destacar la dieta mediterránea y sus propiedades antiinflamatorias puede desempeñar un papel clave para optimizar la recuperación muscular y cubrir las necesidades nutricionales de los niños físicamente activos”, resaltan.
En conclusión, este estudio muestra la alta prevalencia del dolor musculoesquelético idiopático en atletas jóvenes y subraya la necesidad de abordar factores modificables como la nutrición. La persistencia de hábitos alimentarios poco saludables desafía la idea generalizada de que la participación deportiva por sí sola garantiza una dieta de calidad adecuada.
“Estos hallazgos enfatizan la importancia de la educación nutricional temprana y las estrategias preventivas para promover la salud musculoesquelética, mejorar la recuperación y, potencialmente, reducir la incidencia del dolor en jóvenes físicamente activos”, concluyen.