La obesidad representa uno de los principales desafíos de salud pública del siglo XXI, frecuentemente asociada a diversas comorbilidades metabólicas, entre las que destaca la resistencia a la insulina (IR). Sin embargo, un subgrupo de individuos obesos, denominados “obesos metabólicamente sanos” (MHO, según las siglas en inglés) parece no exhibir las alteraciones metabólicas típicas asociadas al exceso de adiposidad. Esta aparente paradoja ha suscitado un creciente interés en la comunidad científica, en particular en lo que respecta al riesgo de desarrollar insulinorresistencia en esta población.
Los individuos MHO se definen como aquellos con un índice de masa corporal (IMC) mayor a 30 kg/m 2 que, a pesar de ser obesos, no presentan resistencia a la insulina u otros factores de riesgo metabólicos asociados como hipertensión o hiperglucemia. La característica más distintiva de estos individuos es su mayor sensibilidad a la insulina en comparación con los individuos obesos metabólicamente no saludables (NMHO, según sus siglas en inglés). Además, tienden a tener un perfil lipídico más favorable, niveles más bajos de marcadores inflamatorios y una distribución de grasa que favorece el almacenamiento subcutáneo en lugar del visceral. Esta distribución del tejido adiposo puede desempeñar un papel protector contra el desarrollo de trastornos metabólicos.
La resistencia a la insulina es una afección en la que las células musculares, grasas y hepáticas no responden adecuadamente a la insulina, lo que dificulta la captación de glucosa y conduce a niveles elevados de azúcar en sangre. Esta disfunción es un factor clave en la patogénesis de la diabetes mellitus tipo 2 y se asocia con un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular. Varios factores contribuyen al desarrollo de IR, incluida la acumulación de grasa visceral, la inflamación crónica de bajo grado y las alteraciones en la secreción de adipocinas. A diferencia de la grasa subcutánea, la grasa visceral exhibe una mayor actividad lipolítica y libera ácidos grasos libres en el sistema portal, lo que afecta negativamente la función hepática y promueve la IR. Además, el tejido adiposo visceral secreta citocinas proinflamatorias que interfieren con la señalización de la insulina.
Aunque los individuos con obesidad metabólicamente sana (MHO) presentan un perfil metabólico más favorable en comparación con aquellos con obesidad no metabólicamente sana (NMHO), la evidencia sugiere que esta condición puede ser transitoria. Diversos estudios han indicado que la MHO no es un fenotipo enteramente benigno, ya que muchos individuos clasificados dentro de esta categoría pueden transitar a un estado metabólicamente no saludable con el tiempo. La naturaleza dinámica de la MHO, que diferencia entre individuos con un perfil estable y aquellos en transición a NMHO, podría explicar las discrepancias observadas en la literatura.
Estudios epigenéticos que utilizan biomarcadores indican que una proporción significativa de individuos con MHO desarrollan IR y otras complicaciones metabólicas con el tiempo. La identificación temprana de la RI en personas con OMH es esencial para implementar estrategias preventivas que eviten la progresión hacia estados de OMH.
Reconocer la heterogeneidad metabólica entre las personas con obesidad tiene implicaciones significativas para la práctica clínica. Si bien las personas con obesidad moderada presentan un menor riesgo inmediato de complicaciones metabólicas, no deben considerarse exentas de riesgo. El monitoreo regular de los parámetros metabólicos y la promoción de hábitos de vida saludables, incluyendo una dieta equilibrada y actividad física regular, son esenciales para mantener la salud metabólica y prevenir la aparición de RI y otras comorbilidades.
Las intervenciones dirigidas a mejorar la función del tejido adiposo, como las estrategias para aumentar la capacidad de almacenamiento del tejido adiposo subcutáneo y reducir la inflamación, pueden ser beneficiosas para prevenir la transición de un fenotipo MHO a un estado NMHO. Además, la identificación de marcadores genéticos y moleculares que predicen la susceptibilidad a desarrollar IR en personas con MHO podría facilitar la implementación de intervenciones personalizadas.
En este contexto, los investigadores Miguel García Samuelsson, Ángel Arturo López-González, Hernán Paublini, Emilio Martínez-Almoyna Rifá y José Ignacio Ramírez-Manent, del Grupo de Salud ADEMA del Instituto Universitario de Ciencias de la Salud (IUNICS) de Palma de Mallorca, y Pedro Juan Tárraga López, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Castilla-La Mancha, se propusieron como objetivo evaluar el nivel de riesgo de insulinorresistencia (IR) en una cohorte de 68.884 trabajadores españoles clasificados como obesos metabólicamente sanos (OMH)
Los expertos evaluaron sistemáticamente parámetros antropométricos, clínicos y bioquímicos, incluyendo el índice de masa corporal (IMC), la circunferencia de la cintura, el perfil lipídico, los niveles de glucemia y la presión arterial. La probabilidad de desarrollar IR se estimó a través de varios modelos validados de evaluación de riesgos.
Luego de evaluar los resultados, identificaron que la mayoría de los trabajadores pertenecían a los niveles socioeconómicos más bajos y solo tuvieron educación primaria. Además, los niveles de actividad física y la adherencia a la dieta mediterránea eran notablemente bajos.
Uno de los hallazgos más significativos fue que, a pesar de presentar un perfil metabólico más favorable en comparación con las personas con NMHO, “los trabajadores con MHO también muestran signos de deterioro metabólico, como lo evidencian los valores de las escalas de riesgo de IR”.
“Desde una perspectiva clínica, estos resultados resaltan la necesidad de monitoreo periódico de individuos con MHO para identificar signos tempranos de transición hacia IR y otras complicaciones metabólicas como prediabetes”, mencionan los autores. Sugieren que el uso de herramientas como el índice Homeostatic Model Assessment (HOMA) para evaluar la resistencia a la insulina, junto con biomarcadores como la adiponectina y la proteína C reactiva, podría permitir una “estratificación más precisa del riesgo metabólico en esta población”.
Asimismo, hallaron que la edad, el nivel educativo y la clase social se asociaban con un mayor riesgo de IR y prediabetes, lo que interpretaron como que “las desigualdades sociales pueden desempeñar un papel significativo en la progresión de la OHM a un estado patológico”. Explican que estos hallazgos coinciden con investigaciones previas que sugieren que el acceso limitado a alimentos saludables, las oportunidades reducidas para la actividad física y el estrés crónico contribuyen al deterioro metabólico en poblaciones vulnerable.
Por otra parte, la actividad física y la adherencia a la dieta mediterránea fueron señaladas como factores protectores clave contra la insulinorresistencia (IR), lo que resalta la importancia de promover hábitos de vida saludables en esta población.
“La actividad física desempeña un papel crucial en la prevención de la resistencia a la insulina y el desarrollo de prediabetes. Los resultados muestran asociaciones significativas entre las puntuaciones altas en las escalas de resistencia a la insulina y el riesgo de prediabetes, siendo la actividad física un factor protector”, desarrolla el estudio.
De esta manera, los expertos realzan “la importancia de promover la actividad física como estrategia clave para la prevención de enfermedades metabólicas”. “Dado que la actividad física es un factor modificable, su promoción en entornos laborales, educativos y comunitarios podría ser una estrategia eficaz para reducir la carga de diabetes tipo 2 y otras enfermedades metabólicas relacionadas”, sugieren.
Asi tambien, comentan que “la dieta mediterránea es fundamental para la prevención de trastornos metabólicos, en particular la resistencia a la insulina” ya que los resultados del análisis indicaron que la falta de adherencia a este patrón dietético aumenta significativamente el riesgo de desarrollar resistencia a la insulina. “Esto sugiere que las personas que no siguen la dieta mediterránea tienen entre tres y más de cinco veces más probabilidades de desarrollar resistencia a la insulina que quienes sí la siguen”, mencionan los expertos.
“Los beneficios metabólicos de la dieta mediterránea se pueden atribuir a su composición, rica en ácidos grasos monoinsaturados provenientes del aceite de oliva, a un alto consumo de frutas, verduras, legumbres y frutos secos, y a un consumo moderado de pescado y lácteos. Estos alimentos contienen compuestos bioactivos que reducen la inflamación sistémica, el estrés oxidativo y mejoran la sensibilidad a la insulina”, comentan.
En resumen, los resultados de este estudio refuerzan la evidencia de que el fenotipo de obesos metabólicamente sanos (OMH) no debe considerarse una condición estable o benigna, sino un estado transitorio que puede evolucionar hacia una disfunción metabólica con el tiempo. La identificación temprana del riesgo de IR y la implementación de estrategias de prevención basadas en la promoción de estilos de vida saludables son esenciales para minimizar las complicaciones asociadas con la obesidad en esta población.
Finalmente, los expertos concluyen que “adoptar un enfoque integral que combine evaluaciones clínicas, biomarcadores avanzados, estudios genéticos y epigenéticos, y estrategias de intervención personalizadas podría ser clave para mejorar los resultados metabólicos a largo plazo en personas con OMH”.