Las enfermedades cardiovasculares (ECV) son la causa predominante de mortalidad global. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, alrededor de 17,9 millones de personas murieron por ECV en 2019, lo que contribuye al 32% de todas las muertes mundiales.
Los iones metálicos son cruciales para numerosos procesos relacionados con el funcionamiento cardíaco y vascular, y la homeostasis de iones metálicos alterada tiene, por lo tanto, el potencial de contribuir al desarrollo de ECV. Por ejemplo, el magnesio (Mg 2+) es vital en la regulación del funcionamiento cardiovascular y el mantenimiento de la presión arterial a través del control del potencial de membrana celular. Además, se sabe que el Mg 2+ tiene propiedades antiinflamatorias y antioxidantes, que pueden mejorar el metabolismo de los lípidos y reducir el riesgo de aterosclerosis.
El cobre (Cu + / 2+) sirve como cofactor para muchas enzimas, lo que facilita las reacciones de oxidación-reducción. Los niveles adecuados de cobre son vitales para la función mitocondrial cardíaca y la producción de energía, lo que respalda el funcionamiento cardíaco normal. Sin embargo, el exceso de cobre se ha asociado con estrés oxidativo, metabolismo lipídico deteriorado y muerte celular, lo que contribuye a la progresión de la ECV. Por lo tanto, un equilibrio adecuado de estos nutrientes clave a lo largo de la vida es esencial para minimizar el riesgo de ECV.
En la investigación clínica, la incidencia de eventos cardiovasculares adversos mayores (MACE, por sus siglas en inglés) se ha convertido cada vez más en un criterio de valoración primario crítico. En este contexto, un nuevo estudio se propuso como objetivo examinar las posibles asociaciones entre los niveles plasmáticos anormales de zinc, cobre y magnesio y futuros MACE. Para ello, utilizando registros médicos electrónicos, categorizaron a los individuos por niveles plasmáticos/séricos de metales altos, bajos o normales, y calcularon el porcentaje de los que posteriormente desarrollaron un MACE.
Luego de analizar los datos, los autores observaron que tanto los niveles altos como los bajos de magnesio se asociaron con un mayor riesgo de desarrollar MACE, en comparación con los niveles normales. De manera similar, las personas con niveles altos de cobre y bajos de zinc tuvieron un mayor riesgo de desarrollar MACE. Específicamente, para las enfermedades del sistema circulatorio, los hallazgos sugieren que los niveles bajos de magnesio, cobre y zinc antes del inicio de la enfermedad generalmente se asocian con un mayor riesgo en la mayoría de las afecciones, con variaciones específicas, como los niveles bajos de cobre, que aumentan el riesgo de enfermedad venosa y linfática.
“Aunque no se registraron los hábitos alimenticios individuales, la población estudiada es generalmente representativa de un patrón alimenticio occidental. Sin embargo, debido a los mecanismos reguladores de la absorción y la excreción, la ingesta dietética no siempre refleja directamente las concentraciones plasmáticas, que son indicadores más confiables del estado fisiológico”, mencionan los expertos.
Además, se sabe que la dieta influye fuertemente en la microbiota intestinal, que a su vez puede influir en la homeostasis de los metales en el cuerpo, incluidos los metales examinados en este estudio. “Esto es interesante ya que el microbioma es un objetivo potencial para los agentes nutracéuticos, lo que puede conducir a mejoras en el manejo de los metales”, señalan.
El nuevo estudio revela una “relación compleja entre los niveles de magnesio y las enfermedades cardiovasculares”, lo que demuestra que “un nivel bajo de magnesio generalmente se correlaciona con un mayor riesgo de enfermedad”. “Curiosamente, nuestros resultados también resaltan un efecto protector de los niveles bajos de magnesio en condiciones específicas, como enfermedades cardíacas isquémicas y pulmonares”, destacan. Asimismo, los niveles altos de magnesio fueron protectores contra enfermedades cerebrovasculares.
Dado que solo el 1% del magnesio del cuerpo está presente en el plasma, la deficiencia moderada puede desencadenar respuestas compensatorias, como una mayor retención de magnesio en tejidos y huesos, lo que podría explicar los efectos protectores observados en niveles más bajos. Por el contrario, comentan que los niveles altos de magnesio podrían ejercer efectos protectores a través de propiedades vasodilatadoras, antiinflamatorias y neuroprotectoras, lo que podría ser particularmente relevante en condiciones isquémicas y cerebrovasculares.
“Estos hallazgos resaltan el impacto matizado del magnesio en la salud cardiovascular y sugieren que tanto la deficiencia como el exceso podrían influir en el riesgo de enfermedad de manera diferente en condiciones específicas”, subrayan los investigadores.
Por su parte, los niveles elevados de cobre se asociaron con un mayor riesgo de eventos cardiovasculares adversos mayores (ECA) y múltiples afecciones circulatorias. Comentan que estos resultados concuerdan con los estudios existentes, que sugieren que los niveles plasmáticos excesivos de cobre pueden contribuir a patologías cardiovasculares mediante mecanismos como el aumento del estrés oxidativo, la peroxidación lipídica y las respuestas inflamatorias
Los hallazgos también sugieren que los niveles bajos de cobre, en lugar de los niveles altos, se asocian significativamente con un mayor riesgo de desarrollar enfermedades venosas y linfáticas. De hecho, la deficiencia de cobre puede provocar el debilitamiento de las paredes vasculares y, posteriormente, la disfunción vascular.
En consonancia con los estudios previos, los resultados demuestran que los niveles bajos de zinc se asocian con un mayor riesgo de MACE y múltiples afecciones cardiovasculares. El zinc desempeña un papel crucial en la regulación del tono vascular, la función endotelial, el estrés oxidativo, la presión arterial y el metabolismo lipídico. Una deficiencia de zinc se ha relacionado con la disfunción endotelial, el aumento de la inflamación, la rigidez arterial, la aterosclerosis y el riesgo trombótico. “Estos mecanismos proporcionan una explicación plausible para la amplia asociación entre los niveles bajos de zinc y varias afecciones cardiovasculares”, deja ver la nueva investigación.
“Las posibles aplicaciones clínicas de nuestros hallazgos incluyen considerar los niveles plasmáticos de magnesio, cobre y zinc como posibles factores de riesgo de ECV, lo que facilita la detección temprana y el seguimiento de los objetivos en personas de alto riesgo”, sugieren los expertos.
En resumen, los hallazgos detallados en este estudio destacan una asociación significativa entre los desequilibrios en los niveles de magnesio, cobre y zinc y un mayor riesgo de eventos cardiovasculares adversos mayores (ECA) y enfermedades del sistema circulatorio. En general, los niveles bajos de magnesio, cobre y zinc se asociaron a un mayor riesgo en la mayoría de las afecciones.
Cabe destacar también que los niveles bajos de magnesio parecieron tener un posible efecto protector en ciertas afecciones, como las enfermedades reumáticas agudas y crónicas, las enfermedades isquémicas y las cardiopatías pulmonares. Los niveles bajos de cobre se asociaron con un mayor riesgo de enfermedades venosas y linfáticas, mientras que los niveles altos y bajos de zinc se correlacionaron con un mayor riesgo de otros trastornos circulatorios.
Los autores concluyen mencionando que “estos resultados proporcionan información valiosa sobre la intrincada relación entre la homeostasis de los metales traza y la salud cardiovascular”. También subrayan la “importancia de la monitorización específica y las posibles intervenciones para mitigar el riesgo de ECV”.