Como el segundo trastorno neurodegenerativo más prevalente, seguido de la enfermedad de Alzheimer, la enfermedad de Parkinson (EP) constituye una preocupación social significativa y plantea un desafío crítico para la salud mundial. Las proyecciones indican que la incidencia de la EP se duplicará en los próximos 30 años. Comprender los factores de riesgo y la patogénesis de la EP es crucial para mejorar el pronóstico de las personas afectadas por la enfermedad y su calidad de vida.
La etiología de la EP ha sido ampliamente reconocida como multifactorial, involucrando una interacción de influencias ambientales y genéticas. Entre estos determinantes ambientales, la dieta ha emergido como un factor significativo. Está bien establecido que los microorganismos son prevalentes en varios alimentos consumidos, tales como alimentos naturales y productos fermentados.
Estos microorganismos influyen tanto en la conservación como en el perfil de sabor de los alimentos y están intrincadamente asociados con condiciones de salud. Evidencia creciente ha demostrado que la microbiota intestinal puede ser el contribuyente importante a la disfunción del sistema nervioso central (SNC).
Las alteraciones de la microbiota intestinal pueden aumentar las permeabilidades de la barrera intestinal y hematoencefálica, lo que lleva a una acumulación continua de moléculas y metabolitos derivados de la microbiota intestinal en el cerebro, promoviendo así la neuroinflamación en el SNC. Se ha encontrado que la disbiosis intestinal está fuertemente asociada con la patología de la EP en todos los estudios clínicos y preclínicos.
Los microbios vivos dietéticos son aquellos microorganismos capaces de sobrevivir en el tracto gastrointestinal y ejercer efectos beneficiosos, incluyendo bacterias probióticas y otros microorganismos ventajosos. Estos microbios pueden prevenir la colonización de bacterias patógenas exógenas dentro del tracto gastrointestinal al promover la homeostasis de la microbiota intestinal e inhibir las bacterias dañinas. Y los metabolitos producidos por la colonización de microbios en el tracto gastrointestinal también neutralizarán e inhibirán la producción de toxinas bacterianas dañinas, reduciendo las reacciones inflamatorias locales y sistémicas en el cuerpo humano.
Es decir, se ha considerado que la EP está asociada con la disbiosis de la inflamación sistémica y la microbiota intestinal, lo que sugiere que los microbios vivos de la dieta (probióticos) pueden servir como un objetivo potencial para el manejo y la prevención de la EP. Si bien los estudios previos se han centrado predominantemente en las ventajas de los suplementos probióticos, existe una brecha significativa en la investigación sobre la exploración del impacto de la ingesta total derivada de alimentos naturales.
A partir de estudios previos que estimaron la ingesta de microbios vivos de la dieta con base en las bacterias viables por gramo de alimento, una reciente investigación examinó la ingesta de microbios vivos de la dieta en 26.033 adultos y exploró su asociación con la enfermedad de Parkinson (EP).
Los resultados revelaron que la prevalencia de EP disminuyó un 48 % y un 27 % en los grupos con una ingesta alta y media de microbios vivos en la dieta, respectivamente, en comparación con el grupo con una ingesta baja. Los análisis demostraron una asociación lineal e inversa entre la ingesta de microbios vivos en la dieta y la prevalencia de EP, especialmente pronunciada en sujetos sin obesidad.
“Fue la primera vez que se encontró que los sujetos con una mayor ingesta dietética de microbios vivos pueden presentar una prevalencia reducida de EP”, mencionan los autores.
La asociación negativa fue más pronunciada en individuos no obesos, lo que, según el nuevo estudio, puede atribuirse a varios factores clave. En primer lugar, las investigaciones indican que la obesidad se asocia con una menor diversidad de la microbiota, caracterizada por una mayor abundancia de Firmicutes y una menor abundancia de Bacteroidetes. “Este desequilibrio puede obstaculizar la colonización y los efectos beneficiosos de los microbios vivos en la dieta, mientras que la diversa microbiota en individuos no obesos ofrece un entorno más favorable para estos microbios”, explican.
Por otra parte, los individuos no obesos experimentan niveles más bajos de inflamación crónica en comparación con los individuos obesos, que a menudo tienen citocinas proinflamatorias elevadas. Según los investigadores, “las propiedades antiinflamatorias de los microbios vivos en la dieta pueden disminuir en presencia de una inflamación basal alta, lo que puede reducir sus efectos protectores contra la EP”.
Además, agregan que los patrones dietéticos presentan diferencias significativas entre ambos grupos. “Las personas obesas suelen consumir dietas ricas en grasas y azúcares, con un bajo contenido de fibra y microbios vivos, lo que agrava la disbiosis intestinal y disminuye los beneficios de estos últimos”. “Por el contrario, las personas no obesas tienden a tener dietas más equilibradas, ricas en alimentos fermentados, lo que mejora sus beneficios generales para la salud”.
El vínculo entre los microbios vivos y la enfermedad de Parkinson (EP) puede estar influenciada por varios mecanismos metabólicos y biológicos. En primer lugar, el estudio menciona que “los microbios vivos en la dieta pueden modular la microbiota intestinal, promoviendo así la proliferación de géneros bacterianos beneficiosos como Bifidobacterium y lactobacilos”. Estas bacterias beneficiosas producen ácidos grasos de cadena corta (AGCC), incluidos propionato, acetato y butirato, que poseen propiedades neuroprotectoras y antiinflamatorias que pueden fortalecer la barrera intestinal, reduciendo la translocación microbiana y la inflamación sistémica que son factores clave en la progresión de la EP.
Además, la ingesta de microbios vivos en la dieta puede influir en el sistema inmunitario al estimular la producción de citocinas antiinflamatorias y mejorar la función de las células T reguladoras, lo que ayuda a mitigar la inflamación crónica de bajo grado que a menudo se observa en pacientes con EP.
“La ingesta de microbios vivos en la dieta puede ofrecer un enfoque no farmacológico prometedor al mejorar la salud intestinal, modular la inflamación y reducir el estrés oxidativo, lo que podría reducir el riesgo de EP”, enfatizan los expertos.
En resumen, este estudio indica que una mayor ingesta de microbios vivos en la dieta se asocia con una menor prevalencia de la EP. Los autores concluyen su investigación al afirmar que “dada la creciente prevalencia de la EP y los posibles efectos neuroprotectores de los microbios vivos en la dieta, los resultados de este estudio tienen importantes implicaciones para las iniciativas de salud pública y los enfoques clínicos”.