Los hábitos alimentarios están fuertemente asociados con el funcionamiento neuropsicológico. Estudios sugieren que el estado cardiometabólico saludable es un factor protector contra la demencia vascular y la enfermedad neurológica y la nutrición equilibrada puede ralentizar la tasa de deterioro cognitivo con la edad.
Los estudios sobre el impacto de la dieta y la nutrición en el deterioro cognitivo relacionado con la edad son un campo en crecimiento. En los últimos años, la investigación nutricional ha enfatizado cada vez más el gran impacto de los factores socioculturales en las prácticas dietéticas, incluyendo las preferencias por alimentos específicos, la alimentación selectiva y los diferentes estilos de cocina. Por ejemplo, la dieta occidental se caracteriza por grandes cantidades de grasas saturadas, azúcares refinados y alimentos procesados y se ha vinculado con el deterioro del aprendizaje y la memoria.
Por el contrario, los patrones dietéticos como los típicos de los países mediterráneos pueden ser factores protectores importantes para la salud cognitiva. La investigación etiológica sugiere que el potencial de estas dietas para la función cerebral puede estar mediado por sus particulares actividades antiinflamatorias, hipolipemiantes, antioxidantes, moduladoras del eje intestino-cerebro.
Sin embargo, si bien la mayoría de los estudios han observado una fuerte relación entre los hábitos nutricionales, las conductas alimentarias y la disfunción biopsicosocial, esto no siempre ha sido así. Es por ello que, las expertas Roser Granero y Gemma Guillazo-Blanch del Departamento de Psicobiologia y Metodología de las Ciencias de la Salud del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, resumieron la evidencia de las complejas relaciones entre la nutrición y múltiples disfunciones biopsicosociales, así como la base neurobiológica de estas interacciones. Prestando especial atención a los procesos subyacentes de los hábitos alimentarios que contribuyen al mantenimiento y la progresión de la función cognitiva.
Además, otras áreas de especial interés que exploraron incluyen la relación entre la nutrición y la neurocognición en los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y otras afecciones físicas y psiquiátricas.
Diferentes estudios incluidos en la revisión se centran en cómo los patrones de alimentación contribuyen al funcionamiento físico y neuropsicológico entre diversas poblaciones. Particularmente, uno de ellos evaluó la homocisteína sérica y las citocinas inflamatorias (IFN-γ, IL-6, IL-1β, TNF-α) como posibles biomarcadores para aliviar la depresión. “Los autores concluyeron que la homocisteína sérica y la citocina IFN-γ podrían servir como posibles biomarcadores para aliviar la depresión mediante una dieta baja en glutamato que podría complementar terapias farmacológicas y psicológicas eficaces”, explican las autoras.
“Estudios previos han encontrado que las semillas de guaraná pueden mejorar el rendimiento cognitivo (estado de alerta, vigilancia, tiempo de reacción y atención) entre la población general y dentro de muestras clínicas de pacientes con síntomas de fatiga y dolor. Además, tiene efectos antiinflamatorios, antioxidantes y antienvejecimiento”, señalan.
Otra de las investigaciones incluidas, observo que “el beta-glucano ayudó a reducir los síntomas de fatiga cognitiva, con importantes efectos beneficiosos a lo largo del eje microbiota intestinal-inmune-cerebro”.
Dado que el máximo rendimiento deportivo depende de unas funciones cognitivas adecuadas, los hábitos nutricionales son cruciales. Las altas exigencias de los deportes profesionales han llevado a la investigación sobre la reducción del deterioro cognitivo antes, durante y después del ejercicio. Revisiones citadas en el análisis han concluido que el deporte desempeña un papel relevante en el rendimiento neuropsicológico (atención, velocidad de procesamiento de la información, control inhibitorio, flexibilidad cognitiva, memoria de trabajo y toma de decisiones) y que nutrientes y dietas específicas contribuyen a las capacidades cognitivas y motoras. “Por ejemplo, las vitaminas (B, E, D y C), los minerales (yodo, zinc, hierro y magnesio), los carbohidratos (glucosa), los lípidos (ácidos grasos omega-3) y los suplementos alcalinos y proteicos han mostrado mejoras, mientras que la baja disponibilidad energética se asocia con un rendimiento físico y cognitivo deficiente”, enfatizan.
Los TCA son trastornos mentales fuertemente asociados con alteraciones en la nutrición y los hábitos alimentarios. La investigación epidemiológica y clínica muestra que la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y los atracones tienen un impacto significativo en el bienestar personal, incluyendo trastornos físicos (problemas gastrointestinales, renales y cardiovasculares), distrés psicológico (trastornos del estado de ánimo y de ansiedad) y problemas sociales (pérdida de relaciones y aislamiento).
“En comparación con los grupos de control sanos, las muestras de trastornos alimentarios exhiben marcadores cerebrales específicos, incluyendo procesos neurocognitivos deteriorados, conectividad funcional alterada e incluso diferentes estructuras cerebrales”, señalan. Además, también se han relacionado alteraciones específicas de las funciones ejecutivas, la sensibilidad a la recompensa y al castigo y los mecanismos neurobiológicos (alteraciones de las funciones de los neurotransmisores como la dopamina, la serotonina y los opiáceos endógenos) con la aparición y persistencia de problemas relacionados con la conducta alimentaria.
El nuevo estudio español incluye investigaciones que aportan nueva evidencia sobre la compleja relación entre los patrones nutricionales, los TCA y la función cerebral. Uno de ellos ha demostrado que algunos procesos neuropsicológicos parecen ser transdiagnósticos en múltiples TCA y problemas de peso, como impulsividad, falta de flexibilidad cognitiva, dificultades en el manejo de emociones y deterioro del procesamiento de recompensa. En cambio, mencionan que otros procesos similares parecen ser más específicos de ciertos subtipos de TCA, como una mayor atención al detalle en la anorexia nerviosa y un mayor sesgo atencional hacia los estímulos relacionados con la comida en la bulimia nerviosa y los atracones.
Esta evidencia científica más reciente sobre los factores neurocognitivos en los subtipos de TCA más prevalentes, contribuye al desarrollo de enfoques terapéuticos más matizados que aborden tanto los patrones neurocognitivos únicos (específicos) como los compartidos (transdiagnósticos) que impulsan los trastornos alimentarios.
En resumen, la nutrición es una parte compleja y crucial de la salud y el desarrollo que influye en la función cerebral a través de diversas redes. Unas prácticas dietéticas adecuadas ayudan a reducir la neuroinflamación y el estrés oxidativo, y aumentan la sensibilidad a la insulina cerebral y el factor neurotrófico derivado. Por el contrario, las dietas de mala calidad se han relacionado con diversos resultados negativos para la salud, incluyendo alteraciones neurológicas que contribuyen significativamente a la discapacidad global a largo plazo y a una menor calidad de vida. Múltiples factores del estilo de vida, especialmente los patrones dietéticos, se han asociado con alteraciones en diversos sistemas y funciones cerebrales.
“Este número especial proporciona nueva evidencia sobre el impacto de la nutrición en diversos aspectos de la función neurológica y el posible deterioro cognitivo asociado con los trastornos alimentarios. Los hallazgos proporcionan una base sólida para diseñar herramientas de medición precisas que permitan detectar el deterioro cognitivo temprano relacionado con los trastornos alimentarios y desarrollar intervenciones efectivas basadas en la evidencia, adaptadas a las necesidades específicas de estos pacientes”, concluyen.