“Lo que respiramos, lo que comemos y lo que nos rodea también nos enferma”. Esta fue la premisa de la mesa “Contaminación ambiental: cambio climático y nutrición” que tuvo lugar durante el 40 Congreso SENPE, el pasado 24 de abril. Esta conferencia a tres voces puso el foco en una amenaza sigilosa pero constante: los contaminantes ambientales y su impacto en la salud metabólica y hormonal.
La contaminación atmosférica ya no es solo un problema ecológico, sino una cuestión urgente de salud pública. La evidencia científica es clara: la exposición crónica a partículas contaminantes como PM2.5 y PM10 se asocia a un aumento en la prevalencia de enfermedades metabólicas, entre ellas la hipertensión, la obesidad, la diabetes tipo 2 y la dislipemia. Estos efectos se explican por mecanismos como la inflamación sistémica, el estrés oxidativo y alteraciones hormonales.
“Las personas con enfermedades metabólicas o con exceso de peso son especialmente vulnerables”, señalaba en su exposición el Dr. Viyey Kishore Doulatram Gamgaram del Hospital Regional Universitario de Málaga. En este contexto, adoptar una dieta rica en antioxidantes y basada en alimentos de origen vegetal puede actuar como una herramienta de mitigación, aunque no de solución completa. Así, el experto hacía hincapié en que “prevenir la contaminación del aire no solo es un imperativo ambiental, sino también una decisión que afecta directamente a la salud individual”.
Pero la calidad del aire no es el único frente preocupante. Según la Dra. Nancy Babio de la Universitat Rovira i Virgili, quien presentó la ponencia “Lo que bebemos y lo que comemos: contaminantes en la dieta”, es hora de mirar la alimentación más allá de su valor calórico o nutricional. A partir de datos recientes del proyecto PREDIMED-Plus y la cohorte Led-Fertyl, la doctora advirtió sobre la presencia de contaminantes químicos como dioxinas, PFAS, bisfenoles y ftalatos en los alimentos y bebidas que consumimos a diario. Estos compuestos, muchos de ellos persistentes en el ambiente, pueden actuar como disruptores endocrinos, afectando el metabolismo, el peso corporal, la regulación del azúcar en sangre e incluso la fertilidad masculina.
La exposición crónica a tales sustancias plantea un riesgo emergente con consecuencias aún no del todo conocidas, pero lo suficientemente preocupantes como para exigir acción inmediata. “Es urgente adoptar medidas individuales y colectivas que promuevan una alimentación segura, saludable y sostenible”, subrayó la experta.
Por su parte, el Dr. Nicolás Olea, catedrático de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada, abordó en su presentación “Lo que nos envuelve” un problema cada vez más cotidiano: la exposición a contaminantes en el propio hogar. En palabras del especialista, “hemos transformado radicalmente el entorno físico en el que vivimos, especialmente el de los niños, incorporando más de 145.000 compuestos químicos al ambiente doméstico, según datos de la European Chemicals Agency (ECHA)”. Esta transformación ha multiplicado la frecuencia y variedad de las exposiciones químicas.
El caso de los plásticos es especialmente preocupante: estamos expuestos a ellos por vías digestiva, respiratoria, dérmica y hasta parenteral. Los riesgos incluyen desde los efectos de los componentes del plástico, como el bisfenol-A (BPA) y los ftalatos, hasta el daño emergente de los microplásticos y nanoplásticos, que pueden provocar inflamación y estrés oxidativo incluso a nivel local. Frente a esta compleja realidad, el Dr. Olea fue categórico: “Mientras seguimos investigando los mecanismos de acción de estas sustancias, lo más prudente es reducir las exposiciones”.
El llamado es claro, los profesionales de la salud, desde endocrinólogos hasta nutricionistas y médicos de atención primaria, deben incorporar esta perspectiva ambiental en sus recomendaciones sobre hábitos y alimentación. La relación entre el entorno y la salud humana se vuelve cada vez más evidente y compleja. Desde lo que respiramos hasta lo que ingerimos o nos rodea, todo influye en nuestro bienestar.