Una investigación, financiada por la Unión Europea, está explorando el problema del “hambre oculta” en Europa con el objetivo de dilucidar por qué las personas con suficiente nivel adquisitivo no están obteniendo todos los nutrientes que necesitan de los alimentos que consumen para mantener una buena salud.
Con casi 30 años de experiencia en investigación y docencia sobre nutrición humana, el profesor Kevin Cashman es quien dirige esta iniciativa, llamada Zero_Hidden Hunger_EU, junto a la profesora Mairead Kiely. Para profundizar más en este tema, Cashman ha compartido una amplia gama de consejos nutricionales con particulares, medios de comunicación y gobiernos.
El hambre oculta se produce cuando una persona puede tener suficiente para comer, pero no obtiene la cantidad suficiente de una o más vitaminas o minerales esenciales para mantener una buena salud. Para abrodar este problema, la investigación -que comenzó en enero de 2024 y finalizará en diciembre de 2027- reúne a expertos de diez países de la UE, el Reino Unido y Suiza, así como de la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer, el Consejo Europeo de Información Alimentaria y la Alianza Europea de Salud Pública.
Los investigadores están colaborando para comprender mejor la magnitud del problema del hambre oculta y proponer soluciones que también aumenten la sostenibilidad de nuestro sistema alimentario en general. Así, este proyecto forma parte del esfuerzo general de la UE por promover prácticas de producción y procesamiento respetuosas con el medio ambiente y resilientes como parte de su política de Alimentación 2030.
Cuando no se consume suficiente comida, las señales de inanición suelen ser fáciles de detectar. Pero si no se obtienen suficientes micronutrientes de los alimentos que se consumen, los efectos negativos pueden pasar desapercibidos hasta que se producen daños graves y, a veces, ni siquiera entonces.
Por tanto, los efectos de la mayoría de las deficiencias de micronutrientes pueden no ser visibles externamente. Por eso, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha utilizado el término "hambre oculta" para describir esta forma particular de desnutrición.
Cashman, quien recientemente formó parte del grupo de expertos de la OMS sobre necesidades nutricionales para lactantes y niños pequeños, ha centrado su investigación principalmente en las vitaminas D y K, así como en la dieta y la salud ósea. "Los síntomas de una deficiencia de micronutrientes pueden ser muy variados, pero difíciles de detectar", afirma el catedrático.
Sin embargo, algunas deficiencias de micronutrientes son más evidentes. Por ejemplo, la falta de folato (vitamina B9) en la dieta de las mujeres embarazadas puede provocar que sus bebés nazcan con defectos cerebrales o de la médula espinal. En esta línea, un estudio sugiere que una de cada cinco mujeres en edad reproductiva en el Reino Unido podría no estar consumiendo suficiente folato.
El impacto de otras deficiencias puede ser menos visible a primera vista. Si el cuerpo no recibe suficientes micronutrientes, esto puede afectar el metabolismo y provocar un deterioro gradual de varios órganos. En este punto, los niños son especialmente vulnerables debido a las altas exigencias de sus cuerpos. “El hierro y el zinc son cruciales para el crecimiento y el desarrollo. La vitamina D y el calcio también son nutrientes esenciales para el desarrollo de los niños”, recalca el profesor.
Kiely, quien cuenta con más de dos décadas de experiencia en investigación sobre nutrición y salud humana, enfatiza en la relevancia del hambre oculta también en adultos. “Las personas pueden relacionar la falta de hierro con anemia o cansancio. Pero no necesariamente relacionan la falta de calcio con la hipertensión arterial durante el embarazo”, afirma la experta. Cabe recordar que el calcio ayuda a que los vasos sanguíneos se contraigan y relajen cuando es necesario, lo que reduce la presión arterial.
Según la profesora, las personas pueden vivir mucho tiempo con una ingesta baja de nutrientes esenciales, pero con el tiempo, su metabolismo celular disminuye. Esto afecta a todos los órganos principales, incluido el sistema inmunitario, y puede aumentar el riesgo de enfermedades. “Esto puede aumentar el riesgo de enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares, o hacerlos más vulnerables a infecciones virales o bacterianas”, concluye.
Los investigadores de este estudio se están centrando en nutrientes de especial importancia. Esto incluye minerales como el hierro, el calcio, el yodo, el selenio, el magnesio, el potasio y el zinc. Asimismo, las principales vitaminas de interés son la vitamina D, el folato, la vitamina B12 y la vitamina A.
Ciertos segmentos de la población son más propensos a sufrir deficiencias, como es el caso de las personas mayores, los niños en edad de crecimiento y las mujeres embarazadas. En total, se estima que hasta el 70 % de la población corre el riesgo de padecer deficiencia de micronutrientes.
La dieta también puede poner en riesgo a algunas personas. Por ejemplo, las personas veganas tienen un mayor riesgo de deficiencia de vitamina B12, mientras que quienes evitan los lácteos podrían no obtener suficiente riboflavina, calcio o yodo. Estos son solo algunos atisbos de un panorama más amplio, pero faltan piezas importantes del rompecabezas: “El problema clave es que desconocemos la prevalencia de la desnutrición por deficiencia de micronutrientes”, comenta Cashman.
Alrededor del 30 % de los niños menores de 5 años presentaban deficiencia de hierro, según encuestas realizadas en el Reino Unido. Sin embargo, Cashman afirma que se desconoce la cifra para el resto de Europa. Por tanto, estas lagunas de conocimiento dificultan que los responsables políticos decidan la mejor manera de resolver el problema.
Una solución es que las personas tomen suplementos, pero Cashman cree que quizás solo un tercio de la población lo hace. “Se puede ofrecer orientación nutricional”, argumenta, “pero no siempre se utiliza lo suficiente como para tener un impacto en la salud de la población”. Otra opción es incorporar directamente micronutrientes en alimentos comunes como la leche, los cereales y el pan.
Existe una gran variación en este enfoque dentro de Europa y a nivel mundial. Por ejemplo, Sudamérica, Australia, Estados Unidos y Canadá exigen que ciertos alimentos estén enriquecidos con ácido fólico (una forma sintética de vitamina B9), mientras que la mayor parte de Europa adopta un enfoque voluntario. “Intentar mejorar el sistema alimentario añadiendo más micronutrientes ha demostrado tener el mayor alcance”, afirma Cashman. Sin embargo, reconoce que, en última instancia, corresponde a los gobiernos de los países de la UE decidir si desean adoptar una estrategia de fortificación de alimentos.
Las decisiones de los responsables políticos serán más sencillas una vez que Europa comprenda mejor la magnitud del problema del hambre oculta y quiénes se ven más afectados. “La falta de datos es enorme. Es necesario subsanarla antes de poder formular políticas”, exclama el profesor.
Finalmente, Cashman apunta que Europa puede aprender de los países de África y Asia, donde los problemas de desnutrición están más extendidos y donde el impacto de la deficiencia de micronutrientes en la salud y la economía se ha estudiado más ampliamente. Según explica, los análisis realizados sugieren que, por cada euro o dólar invertido en mejorar la nutrición, se pueden ahorrar miles de dólares en la reducción de los costes sanitarios.